Hacía frío, mucho frío. Por eso la espera se hizo insoportable. No quise acordar una entrevista en la casa de la editorial. Quería mantener una conversación profunda, importante, sobre el material que portaba producto de mi creación. La casa de la editorial siempre luce muy concurrida. Allí escucho frecuentes comentarios sobre las tendencias, críticas a las biografías de los revolucionarios coterráneos y a las de los futbolistas de la última generación. He pensado en los quilómetros que se podrían cubrir con tanto papel. Nada serio, todo superficial y vano. Que la derecha…que la izquierda. Yo le pegaba muy bien con la derecha. Por eso los cuadros del barrio, carentes de goleador, me invitaban a participar en las contiendas futbolísticas los fines de semana. Y la izquierda…Nosotros éramos la izquierda. Verdaderos comunistas. Estábamos dispuestos a reivindicar todos los reclamos de la clase obrera. No faltamos nunca a las celebraciones de un 1ro. de mayo. Hasta que un día el árbol de la ideología se quebró ante el temporal de la realidad, y se vino al piso. Ocurrió cuando el candil de la verdad dejó al descubierto la verdadera historia de Stalin. Luego la vida derrotó al régimen.Fue muy duro. Nuestros paradigmas eran falsos y descubrimos entonces muchos valores positivos de nuestra historia, que ignorábamos. Sin embargo nadie ha escrito de los goles que hicimos en El Arbolito, el Veloz, ni en el once de los estudiantes donde ganamos el campeonato. Tampoco recordaron nuestras vidas de militantes, de jóvenes militantes, pues todavía no habíamos cumplido los 18 años. No quería hablar, ni negociar frente a ellos. Tal era la distancia de nuestros pensamientos. No los juzgaba mal. Más bien me divertían sus escritos, novelas y cuentos y elogié la expresión y el manejo del idioma de la mayoría. Pero buscaba otra cosa. Destruir la maraña del porvenir, los matorrales que esconden el destino de la humanidad. Consideraba superflua cualquier especulación que no se iniciare preguntando por la suerte de este mundo, por la supervivencia de lo que llamamos vida. Quedamos en encontrarnos aquí. A las tres de la tarde, quince horas. He traído una carpeta que contiene mi dossier. Sin embargo nadie vino de la editorial y ya son las cuatro. ¡Qué frío que hace! Es hora de buscar refugio. A pocos metros, donde existía el Sorocabana, la casa de los artistas y escritores parecía aguardarme. Abandoné la esquina, 18 de Julio y Yi, y acompañé mis pasos con un aluvión de pensamientos. El destino estaba cerquita, si embargo durante ese tramo recibí un aluvión de pensamientos y sensaciones. Comprobé las diferencias entre el mundo psíquico y físico, y sus relaciones. Sesenta años desfilaron en tres minutos. Todos los andamios que sostienen la teoría de mi vida. Crucé la puerta del local y me ubiqué en la mesa mejor iluminada. Abrí la carpeta. Me dispuse trabajar. Leer o escribir, según la inspiración. El mozo, con su saco blanco, moñita negra y ágil bandeja plateada, me preguntó: -¿Desea el señor?... ¿Qué se va a servir? Con el cuerpo maltratado por el frío y la espera, y el ánimo herido por la ausencia de los editores, a los efectos de recuperar el calor y las energías le contesté: -Un café. -Muy bien señor. -¡Ah!...Pero sin azúcar.
Nelson.
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Gracias Madusa. Veo que ahora somos poquitos, igual ,entre nosotros,vamos a hacer estallar la caldera de Alma y Letras con nuestros escritos. Siempre tendremos, seguramente, la esperanza de que vuelva aquel gran lote de amigos escritores y muchos nuevos, como homenaje merecido al creador de esta página. Un beso.
