De aquel árbol señorial y añoso, en mi casa de umbrosa galería mi abuelo colgó la hamaca en que viajaba, para mi alegría. Con las distintas habilidades de las cuales sin duda, era dueño, construía cajones, cajitas y juguetes, para mi ensueño. Le brillaban los ojos a mi abuelo cuando divertido me decía mentiras y aunque yo sostenía: "te descubrí!" lo negaba, con marcada picardía. Y jugaba con mi abuelo a los naipes muy a menudo, pero se enojaba, diciéndome: - "no seas tramposa,Estela!" si no lo dejaba a él que me ganara... Y juntaba clavitos y tornillos diciendo - !estoy seguro que serán útiles un día! y montañas de frasquitos se juntaron en lugares donde hallaba estanterías. Me enseñó a beber de la bota y mi madre horrorizada, y él diciendo: -Eva, la niña debe saber saborearla! No quería a las hormigas porque se comían las plantas morían bajo su bastón pues con él las aplastaba, y luego con sonrisa cómplice de inmediato me llamaba y me decía: - ! Estela, ven acá vamos juntos a contarlas! Y le decía a mi madre: -¿comemos tantas naranjas? que dirán nuestros vecinos si divisan tantas cáscaras? Y si ella respondía: - ¿van a ir a buscar las cáscaras que arrojé en la basura y están dentro de una bolsa por cierto muy bien atada? Pero él no se rendía sosteniendo a ultranza que aquello era una vergüenza y que era necesario a la costumbre cambiarla! Y cuando era pequeña y aún vivía en su casa me enseñó como se hacía una cabeza “guateada”; tomaba sus herramientas y de inmediato empezaba a hacer un círculo allí arrastrándola a su pala, luego iba sacando tierra y muy profundo cavaba, en tanto yo asistía tirada por allí de “panza” y miraba aquel trabajo profundamente admirada. Una vez hecho aquel pozo entre sus manos tomaba un género en que envolvía la cabeza destinada a cocinarse en el pozo y en el fondo colocaba. Luego tapaba con tierra y también la alisaba, y arriba ponía el carbón, las hojas secas, las ramas que en momentos nada más ardían en alegres llamas, y luego se convertían en brillantísimas ascuas. Al cabo de algunas horas nuevamente me llevaba a que mirara aquel rito de la cabeza “guateada”; sacaba del pozo la tierra al borde la situaba, y sacaba finalmente la cabeza colocada, mientras abría lentamente el género, yo fascinada contemplaba todo aquello profundamente admirada, porque al cabo, es bien cierto! !esa es la forma de hacer una cabeza guateada! El abuelo Venancio... que me hablaba de su amada Castilla, y de su España, con palabras entrañables que aún escucho iluminó los claros días de mi infancia.
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