MIL NOVECIENTOS CUARENTA Y TANTOS … Así, como el agua del río pasa sin detenerse, igual pasan los días…..y los años. En un instante nos damos cuenta que estamos sobre una cúpula de recuerdos, encima del pasado, que es nuestra vida. Una vida que como la de todos tiene múltiples matices , desde los más fríos a los más cálidos. Como ustedes imaginan ya estoy entrado en años y puedo contar muchas cosas. Puedo informarles de las diferencias entre la vida de antes y la de ahora, que son muchas, pero en esta circunstancia prefiero referirme a una anécdota que rasgando los telones del tiempo llegó de golpe hasta mi junto con la proximidad de las carnestolendas. Sucedió en un poblado del interior por el año mil novecientos cuarenta y tantos. Con ansiedad se esperaba el inicio del Carnaval. La modista confeccionaba costosos disfraces para las damas más pudientes, mientras las jóvenes modestas elaboraban, con sus propias manos, los vestidos soñados que vestirían deslumbrantes en el baile de la primera noche. Los comercios ofrecían en sus vidrieras bolsas de papel picado, rollos de coloreadas serpentinas y ridículas máscaras que causaban risa o espanto, que eran utilizadas por los asistentes a las fiestas para tener en secreto la identidad. La Intendencia mandó ataviar con telas y flores un carro de cuatro ruedas, tirado por un percherón, para el Marqués de las Cabriolas que, todo vestido de rojo, daría inicio al cortejo en la plaza principal. Culminados los festejos callejeros, el club Social sería como siempre el lugar donde los amantes de la música y la danza, seguirían con alegría y alborozo la celebración. Para tal evento, muchos días antes, la Comisión Directiva había encomendado la ornamentación de la sala de fiestas de modo de presentarla con motivos relativos a la ocasión. Fue elegido con esa finalidad un vecino llamado Bugeón que era reconocido por su buen gusto, dotes artísticas y mal carácter. Haciendo gala de su laboriosidad, el artista creó adornos propios de su particular ingenio: máscaras de dimensiones especiales, extensas cintas de colores que pendían de los centros luminosos hasta la altura suficiente como para acariciar las cabezas de los bailarines. Pero su obra perfecta la ubicó encima del escenario donde la orquesta de González Marota daría comienzo a la velada interpretando, como siempre, el fox-trot "Amor en Budapest”. Sobre el lado derecho, despertando encontrados sentimientos de belleza y compasión, ubicó dos muñecos, representando la escena de los personajes de Pierrot siempre rechazado por la frívola Colombina. En el otro extremo, observando interesado los acontecimientos, Arlequín con su mascarilla negra, traje a rombos y sable de madera, introducía el detalle de una alta manifestación artística. Todo había quedado planificado y preparado para el éxito. ¡¡¡ Por fin llegó el esperado arribo del Carnaval !!!. La retreta fue sustituída por el desfile. Entre las risas, vocerío y la estridente música que con interferencias emitían los parlantes, el Marqués de las Cabriolas brillaba sobre su carro seguido a distancia por la reluciente soberana transportada en una carroza real. Luego se formalizó el corso, donde los concurrentes se lanzaban perfumes, papelitos y serpentinas, entre insinuantes miradas que escondían, quien sabe, que futuras promesas. A la hora una del nuevo día las familias acompañando a las jóvenes y los mozos del lugar concurrieron a la obligada cita en el club Social. A medida que iban llegando se escuchaban las exclamaciones de asombro provocadas por la belleza del decorado. La pista de baile estaba rodeada por las mesas donde se ubicaban las familias con las jóvenes, mientras a un constado los varones en conjunto observaban y luego con una inclinación de cabeza cada uno invitaba a su elegida para la danza. La orquesta ataviada con sus trajes azules y corbatas rojas subió al escenario y luego de una breve ceremonia de salutación comenzó a interpretar su repertorio. Rápidamente se colmó la pista de baile y se veía como los bailarines disfrutaban de la danza y de las lisonjas que las cintas pendientes de las luces proporcionaban a sus cabellos. Pero el Carnaval que ofrece sorpresas y episodios insólitos, no podía en la ocasión dejar de cumplir con la regla. Cuando los músicos en el mayor momento de inspiración interpretaban el vals "Desde el alma” y las parejas parecían soñar en brazos de sus acompañantes, emergió Bugeón con un hacha sobre el escenario, y pleno de bríos, en un instante, convirtió en añicos lo que tantas horas había tardado en construir. Había sucedido lo de costumbre, el dinero destinado por la Directiva para remunerar su arte, había desaparecido antes de llegar a sus manos. Después del inusitado espectáculo, donde la orquesta no interrumpió para nada su música, la fiesta continuó sobre la desprendida cabeza de Colombina, las lágrimas de Pierrot y la pisoteada máscara de Arlequín, pero con aquella rara sensación de extrañeza donde ya nada fue igual.
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