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8:16 PM
PESTE
La enfermedad infecciosa se había extendido desmesuradamente. Afectaba a hombres y animales. Los roedores, se encargaban de expandirla. Todos estaban alertados y temerosos ante la presencia de la epidemia. Temían encontrarse indefensos frente a la peste que los acosaba con alta fiebre, escalofríos, dolor de cabeza, convulsiones, también con tos y dificultades respiratorias que había cobrado varias vidas.
Ayer, el Secretario de la Salud, notificó a la población la suspensión de las clases por tiempo indeterminado, y la prohibición de reuniones y aglomeración de gentes hasta que el peligro disminuyera.
El terror se propagaba rápidamente cuando la peste sobrevoló el lugar extendiendo sus satánicas alas, a cuya sombra se acumulaban los ataúdes donde yacían los difuntos.
La situación se volvió incontrolable. Hombres y animales eran víctimas corrientes.
El Señor Alcalde que sospechaba del origen de la enfermedad, tenía ahora la terrible certeza. Solo un lugar podía propagar tan espantosa calamidad; la gruta.
Ubicada en los límites del prado, detrás de una abundante vegetación que escondía el sendero que nacía de su boca, hacía tiempo que era habitada por un ser extraño, nunca visto y al que se le calificaba de siniestro.
Nada se sabía sobre su figura o apariencia. ¿Sería humano o animal? Unos afirmaban que se trataba de un duende y otros de un ser de otra dimensión. ¿Quién puede detener el paso de la fantasía frente a la incertidumbre?
Cuando por las noches comenzó a vagar por el lugar anunciando su presencia con alaridos, gritos y tremendos sollozos, los habitantes se encerraron en sus casas. Las calles y las plazas quedaron libres para que el ser las invadiera en su andar, dejando un rastro sucio de heces, y húmedo de lastimeras lágrimas. Como si se tratara de un individuo enfermo de soledad que pretende alivio buscando compañía durante las noches.
Será inolvidable para Juan la aventura vivida.
El Alcalde expuso ante el pueblo su convicción sobre la procedencia de la peste. La gruta donde se acumulaban inmundicias progenitoras de organismos, que luego trasportaban los roedores a la ciudad, estaba habitada por un ser maligno que era necesario eliminar, si se quería salvar la salud de la población.
Un valiente, un hombre que tuviera el corazón colmado de amor al prójimo, que si fuera necesario ofrendara su vida, se precisaba para la misión. Entonces buscando entre la gente y encontrándolo, señaló:
-¡Juan!

-II-

Juan llegó a la entrada de la cueva armado de un fusil pronto para disparar. Hacia adelante era todo oscuridad. Encendió la linterna y dio los primeros pasos. La negrura absorbía la luz hasta convertirla en penumbra. Bajo los pies, sentía el piso blando, cubierto por los desechos. Escuchaba el tenue sonido que provocaba el corretear de los roedores. Si no fuera por ellos, estaría sumergido dentro de la más sorda soledad. En el mar de la enigmática incertidumbre sentía que nadaba hacia la nada, porque sus ojos nada veían.
Los oídos percibieron el ritmo de una lejana respiración, anuncio de la cercanía del final. Tenía que ser cauteloso, estar prevenido frente a un ataque. Desconocía la ferocidad de la presa. Pensaba que la escasa iluminación del foco, le permitiría descubrirla recién a poca distancia.
El piso se volvió cenagoso. Las botas de Juan se hundieron en los charcos existentes.
El olor nauseabundo se hacía insoportable y debía hacer esfuerzos para evitar los vómitos que pugnaban por salir.
Levantó el haz de luz. Sobre las rocas del fondo una gran masa, del tamaño de un mastodonte, se agitaba al ritmo de la respiración.
Estaba a tiro y Juan apuntó el arma.
El enemigo, no era ningún humano mortal. Una cola de dragón con filosas púas, se extendía por delante. Tenía una cabeza pequeña, como la de un perro, donde se encontraban los ojos semi abiertos. Por un instante un reflejo mostró la mirada ocre, casi color caramelo. No había furia en ella, sino la angustia de una tremenda soledad.
Juan no vaciló y presionó el gatillo. Retumbó la detonación y el enorme cuerpo comenzó a caer y a estirarse en el piso.
Al tiempo que moría, sus ojos se iban cerrando y Juan advertía, cómo un sentimiento de misericordia emanaba de aquel ser. Era como si la paz de la muerte fuera un bálsamo para el vacío provocado por un compulsivo destierro.
Juan fue recibido como un héroe. La epidemia fue al fin sometida.
El tiempo, ha transcurrido con largueza. Los sucesos se convirtieron en recuerdos.
Mas, cuando se hacen presentes en la memoria, Juan no puede evitar le invada la angustia, al rememorar la expresión de aquella mirada moribunda.

Nelson.

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Total de comentarios: 3
3 Dadodebaja4  
0
Se me salen las lágrimas al sentir esa mirada, quisiera poder decir o escribir las palabras exactas para describir lo que me has transmitido con tu texto, ese ser no pidió estar ahí ni mucho menos causar mal alguno, cosas que pasan, y aun si merecerlas.
Me ha dado mucho gusto leerte, en verdad.
Adriana.

2 Dadodebaja5  
0
Las fuerzas del mal convertidas en dignas de lástima y sentimientos. Es muy dificil escribir eso Nelson. Pero tú lo has hecho. Bendita pluma la tuya.
Un fuerte abrazo, amigo mío.

1 Estela  
0
El adjetivo magnífico le queda chico! Un texto absolutamente especial, que deja también un sabor muy especial... que deja pensando...tantas cosas... Esa mirada, la entrada a la nada... la "salvación"? Es tan maravillosamente profundo que "llama" a seguir y seguir pensando...

Besos.


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